Aguas Internas

Aguas Internas

viernes, 10 de julio de 2009

DESDE ADENTRO

Qué les pasa, dónde están, por qué cuándo se las necesita no se las ve asomar. Son momentos de desahogo, igualmente necesarios en la vida.
Conectar, transitar las profundas aguas de las emociones es una segura salida, es solo una opción. Interesante sería poder transformarla en productiva. Encontrar las palabras puede ser la manera de darle cierta forma, en principio, a esa transformación.
Igualmente no se puede evitar el tener que entrar en nuestras aguas, aunque sean frías, templadas o hirvientes. Lentamente hay que comenzar a caminar, y penetrar en el propio océano, en el estado que este.
Puede estar sereno, aunque por lo general, cuando tenemos que nadar en sus aguas, el estado marítimo suele ser bravo, con grandes olas. Por eso, no nos queda otra posibilidad, que tener que bucear en su interior.
Las olas nos tapan y hacen que nos hundamos, a esta altura no nos queda otra que seguir la corriente de la naturaleza, ya resulta inútil resistirnos.
Una vez adentro, en principio solo vemos oscuridad, además hay que recordar cómo se vuelve a respirar en esas húmedas condiciones, muy acuáticas.
En esa situación, nos damos cuenta que no es la primera vez, es volvernos a encontrar sumergidos, lo que quiere decir que por lo menos una vez ya lo hicimos y salimos. Pero, ¿cómo se hace para recordar aquel lejano momento? Nuestra primera vez, fue en la gestación, dentro de nuestro primer hogar.
Dicen que las células tiene memoria, algún registro, entonces debemos buscar algún tipo de reláx y confiar, entregarnos, total sabemos que volveremos a salir de nuestras aguas, pero esta vez renovadas.
Pudimos respirar, lograr vencer esa oscuridad, y abrimos nuestros ojos irritados por la sal marina. De golpe comienza a tomar forma ese escenario maravilloso, esa enorme fuente de vida.
Comenzamos a cruzarnos con sus nativos, esos habitantes de variados tamaños y colores. Pero, al recordar que esas aguas son propias, nos ayudamos alejando miedos. No es algo, en realidad, ajeno, pero si puede resultarnos en un principio desconocido, pero después de cierto tiempo pasado dentro, comenzamos a reconocerlo.
Es nuestro propio mar, nuestras aguas internas, sus habitantes son nuestros amigos, guías, ellos nos dan la bienvenida. Pero también están los otros, esos monstruos propios.
Cada uno se nos cruza, cuando deciden y se animan a mostrarse, es así que salen de sus cuevas. Todos tienen alguna cueva, su guarida para esconderse.
Al principio, no nos queda otra que comenzar a tantear ese terreno a ciegas, y nos cuesta confiar en esa realidad que nuestros ojos nos muestran. Igual cierta confianza nos acompaña.
Es que, en ese momento, nuestros sentidos están aturdidos, los ojos arden, la nariz se irrita, nuestros pulmones se llenan de agua, hasta puede suceder que no nos animemos a abrir la boca, ¿qué nos puede pasar? Vamos a tragar mucha agua, es un momento de sentir cierto pánico, debemos controlarlo.
Ah, me olvidaba de nuestra piel, ella se nos arruga, y mucho, hasta cambia de color con el paso del tiempo sumergidas.
Pero, no podemos todavía salir, cuando llegue ese momento nuestra liviandad, nuestro cuerpo renovado saldrá a flote, y, entonces, ahí volveremos a asomarnos, y podremos sacar nuestra cabeza al exterior, y de a poco volver a ver la luz del sol, esa otra fuente de vida y calor que también nos pertenece.

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